El junco se doblaba a todos los aires y, al mismo tiempo, aparecía tan firme y diplomático como sólo puede serlo un flexible junco:
Por debajo de su cabeza, las raíces sorbían el agua del lecho del río, con gula: sin más ganas a veces que las de escatimar ese agua a las plantas cercanas: "Aunque reviente".
Esas raíces profundas, crecidas y gruesas: a fuerza de robar la vida a otras más débiles o de menor carácter o voluntad...
Mientras la cabeza del junco se flexionaba en amable saludo, y acariciaba con ternura las hojas más cercanas, sus raíces se enroscaban en torno a la raíz vecina, apretando, estrangulando, cercenando, agostando...
Para cuando el encantado vecino se daba cuenta de que el agua no llegaba, que en sus raíces había una angustia extraña... ya era tarde...
Y parecía tan educado, amable, generoso y sabio el junco... que todas las plantas del lecho acudían a él y se pavoneaban de ser siquiera "conocidos" del Rey Junco.
El Algodón crecía cerca... no mucho, pero sí lo suficiente como para observar, cuando menos, la corte de rendidos admiradores del junco.
Y un día el Junco quiso mirar más allá de lo ya conocido: retorció la espalda todo lo que pudo y se volvió hacia atrás: vio a aquél algodón, creciendo y viviendo al sol, en su propio espacio, feliz de sentir el calor sobre el tallo.
Y decidió que le gustaba aquél espacio.
Durante unos minutos examinó el terreno, la disposición, la estrategia y la conveniencia: el Algodón se le imaginó elegante, refinado, grácil, afortunado... Algo especial, que era incapaz de concretar, se le cruzaba en cada nervadura al contemplar al Algodón. Y decidió poseerlo.
Y destruirlo.
Con cuidado, pues lo adivinaba fuerte dentro de su fragilidad, se fue acercando el Junco al Algodón.
Este no le prestó atención durante mucho tiempo... su vida no era ni estaba en el Junco. Y el Junco comenzaba a perder la paciencia ante la inutilidad de sus llamadas de atención: comenzó, pues, a burlarse del Algodón, haciendo un coro de la Corte Real... le resultaba al Rey Junco tan incomprensible y fastidiosa esa falta de atención…
Pero tanto insistió el Junco, que el Algodón se volvió un día hacia él. Y comenzó a prestar atención a sus gentilezas, a sus caricias, a los suaves murmullos que el viento depositaba en las hojas del Rey... y se sintió conquistado.
La tierra bajo el Algodón se hacía más fértil cada día, conforme crecía la felicidad en su interior. También crecían y brillaban al sol las nubes de su cabeza.
El Junco vio que había llegado el momento: nunca podría estar más hermoso el Algodón; jamás podría ser más fértil la tierra bajo sus raíces, ni crecerían tantas plantas a su alrededor como en ese instante en que se decidió.
☰ MENU
Paginas
Publicar Edictos en Registradores. org (Navegador Google Chrome,Edge, Opera, Maxthon 6) Extensión IE Tab
H asta hace unos tres meses la web de Registradores no facilitaba el acceso a la publicación de edictos, salvo para el navegador Internet ...
skip to main |
skip to sidebar
© 2012 Based on "The Contractor". Handcrafted by THE MOLITOR - updated by Pilar Lozs to EPILOGO
Copyright © 2012 • Epilogo • All Rights Reserved
Blog at Blogger.com • Template Galauness by Iksandi Lojaya- updated & Modified by Pilar Lozs for EPILOGO
Blog at Blogger.com • Template Galauness by Iksandi Lojaya- updated & Modified by Pilar Lozs for EPILOGO
✍ ¿Quieres hacer algún comentario? ✍