Comenzó por soplar poco a poco las nubes que nimbaban la cabeza del Algodón, nada preocupado en un principio.
Pero llegó un momento en que el algodón se veía incapaz de volar y de brillar si un solo jirón más de su cabeza volaba lejos. Y así se lo dijo al Junco, rogándole que no soplase más y... apenas atreviéndose a preguntar por qué lo hacía.
Y el Junco se enfadaba, porque el Algodón desconfiaba de quien sólo buscaba su bien... Algodón egoísta, que tiene cuanto desea y sólo busca problemas por el placer de buscarlos...
El Algodón se sonrojaba, agachaba la cabeza y callaba... y llegó un momento en que ya no se erguía: pues se sabía casi calvo, sin brillo, sin alas... y egoísta y nada agradecido para con su amado Junco: notaba extrañas presiones en su tallo y a veces creía morir... pero callaba por no disgustar, por no zaherir...
Hasta que sintió una terrible agonía en sus raíces...al principio no encontraba su antigüa facilidad para beber, luego le costaba crecer y, al final, alimentarse.... sintiéndose morir, pidió ayuda al Junco, sin saber que era él quien le estaba estrangulando poco a poco desde hacía tiempo...
Tanto lo amaba...
Y el Junco le devolvió una mirada de desprecio, señalándole nuevamente cuánto le agobiaba con sus problemas, cuán injusto era no dejándole charlar a gusto con las plantas vecinas.... qué agobiante esa postura de intentar preocupar por cosas que no eran en absoluto problema del Junco... y así lo declaró en voz bien alta, para que todas las plantas vecinas supieran lo exigente y egoísta que era el Algodón; y después, para terminar, también en alta voz, anunció su decisión de volver junto al lecho del río, recomendando, al mismo tiempo, que todos castigaran al Algodón y le dejaran abandonado.
En un instante, todas las plantas vecinas se estiraban, desdeñosas, y se alineaban junto al Junco, hacia un nuevo emplazamiento. Lejos del Algodón.
El Algodón no entendía... no sabía... tan sólo que se sentía sangrar clorofila por todos los poros de su talle... y se vio solo, entre burlas, miradas de desprecio...
Quiso dejarse morir, pues ya sus raíces estaban tocadas de muerte... pero sobrevivió a días y días de soledad sin auxilio; de luchar por el agua, de vencerse a sí mismo en lucha por los minerales que necesitaba para alimentarse, de desgarrarse por conservar la poca tierra que le había dejado La Corte alrededor y bajo sus raíces...
El dolor le hizo crecer y seguir vivo: y al cabo de mucho tiempo se vio nacer algún brote y algún nuevo vástago en sus raíces.
Fue entonces cuando vio que al Junco se le "escapaba" una raíz, sin ser vista por nadie más, bajo la tierra sobre la que crecía una planta vecina. Mantuvo fija la atención durante unos días, hasta que vio el movimiento de aplastar y matar...
Entonces comprendió… y de nada le sirvió intentar prevenir a los más débiles, los más incautos: El Junco no parecía en absoluto lo que decía el Algodón... imposible de creer.
Pasaron las estaciones y la vida... el jJnco seguía matando sin ser advertido salvo por el Algodón: éste optó por defenderse, propiciando el nacimiento de unas débiles espinas que, sin embargo, asustaban al Junco, porque jamás las hubiera imaginado en el dulce Algodón. Y no se acercaba, aunque siguiera haciendo daño desde la distancia. Pero ya el Algodón había aprendido a mover sus raíces, para alejarlas de las del Junco.
Las mentiras hacían crecer al Junco, alimentadas con la verde sangre de cada una de sus víctimas…
Y encontró otro junco: flexible, generoso, diplomático... de raíces poderosas y avarientas...
Entonces el Algodón tuvo miedo, porque ahora eran dos. Pero descubrió que ya nada podía dañarle: aunque vinieran tres, cuatro más... porque se sabía reforzado.
Mientras, tantos cadáveres de plantas en la Corte alimentaban rumores y, entre alabanza y loa al Rey Junco, unas pocas se volvían un poquito (cuando el Junco no las miraba) hacia el Algodón: en muda y temerosa pregunta; y, a veces, con un débil destello de súbito conocimiento y comprensión.
El Algodón sabía quién sobreviviría de los dos. Y no sería el Junco: incapaz de reinventarse, como el Algodón, para sobrevivir: porque el Algodón sabía que poseía lo que el Junco ambicionaba y jamás podría tener, por muy grandes que fuesen su flexibilidad y crueldad; por mucho que lo hubiese intentado en el pasado y lo intentase en el futuro:
Su esencia. La esencia de un algodón.
(Junio)
Estoy arreglando las entradas largas ... me resulta más comodo añadir un sistema para que se abran las páginas en la misma ventana.
ResponderEliminarEl cuento ya lo escribí hace mil años, pero ahora lo estoy "paginando", como haré con algún otro más.